Haciendo
ya cinco o seis años desde que leí por primera (y última vez) una novela de
Sebastián Roa (“Venganza de sangre”), estas Navidades ha llegado a mis manos en
forma de regalo “Las Cadenas del Destino” (muchas gracias a mis suegros
sabedores de mi gran afición por la novela histórica, especialmente por
aquellas ambientadas en las edades Antigua y Media).
Ilusionado por el regalo, tanto como por
la curiosidad de comprobar cómo se narraba un episodio tan importante del
medievo español quizás poco tratado en el ámbito literario, me dispuse inmediatamente a su
lectura.
“Las
Cadenas del Destino” tiene lugar en el periodo comprendido entre finales del
siglo XI y comienzos del siglo XII. Comenzando con la flagrante derrota del
bando cristiano en la batalla de Alarcos y concluyendo con la victoria
definitiva de estos mismos sobre el imperio almohade en las Navas de Tolosa. La
novela relata la gestación durante años del triunfo de la coalición cristiana, a
través de una trama repleta de intriga, honor, fanatismo, redención, e incluso
de la mismísima creación del Cantar del Mío Cid.
Tras esta breve descripción del argumento, pasamos directamente al tema que nos atañe, ¡a sacarle punta!
Tras esta breve descripción del argumento, pasamos directamente al tema que nos atañe, ¡a sacarle punta!
·
¿Sebastián Posteguillo o Santiago Roa?
Tras
haber leído en su momento las trilogías de Escipión y Trajano de Santiago
Posteguillo (del cual me confieso seguidor incondicional), me ha sorprendido la
gran similitud entre la técnica literaria de Sebastián Roa en “Las Cadenas del
Destino” y la empleada por Santiago Posteguillo en su obra. En ambos casos la
novela está estructurada en capítulos, generalmente de una extensión
relativamente corta, variando el punto de vista desde el que se cuenta la trama
en cada capítulo desde el de un personaje a otro.
Se trata este de un recurso muy extendido en la
novela histórica cuando la trama transcurre durante un periodo de tiempo muy largo
(años o décadas), pero, aun así, se podría leer un capítulo aislado del libro y
atribuirse el mismo a Santiago Posteguillo. Quizás Sebastián Roa debiera tratar
de plasmar su sello personal de una forma más remarcada con el fin de evitar que
se pueda considerar que se hubiera subido a la ola de éxito de la frescura
narrativa de Santiago Posteguillo.
·
La previsibilidad de Ibn Qadish
De
toda la maquinación de Leonor de Plantagenet para conseguir una alianza entre
los reinos cristianos y un escenario de batalla propicio contra los almohades,
la parte referente al papel de Ibn Qadish, caudillo almorávide, me parece
bastante inverosímil.
Los resultados de años de tejemanejes y de conspiraciones
se resuelven casi al azar, dejando una de las partes más importantes del plan a
los azares del destino (que no “las cadenas del destino”). El “Calderero”
podría no haber asesinado a Ibn Qadish, quizás le podría haber encerrado en una
mazmorra (con lo cual sus hombres quizás no se hubieran retirado de la batalla
por miedo a que sufriera las represalias), o haber tomado a su familia como
rehén para asegurarse de su lealtad, o haber conseguido el efecto contrario al
narrado asignándole la defensa de su ala como tarea de redención, o un largo
etcétera.
A la alianza cristiana le tocó la lotería al jugársela a
predecir cómo iban a actuar tanto Ibn Qadish como el Califa o el “Calderero”. Mucho
riesgo y azar para poner la guinda a un plan que requirió hilar muy fino en
diversos muchas de sus fases.
·
EPÍLOGO de Sacando Punta
Aunque
mi crítica a la técnica literaria de Sebastián Roa comparándola con la de
Santiago Posteguillo pueda parecer sangrante nada más lejos de la realidad. “Las
cadenas del destino” es sin duda una obra portentosa que narra de forma
magistral una época de la historia de España bastante abandonada (nada atípico
en este nuestro país), y que la devuelve a la vida envolviendo al lector de
principio a fin.
La novela comienza de forma trepidante y captando de forma
sublime la atención del lector, pero quizás después de su primer tercio disminuye la
tensión narrativa y se vuelve un poco más anodina. El plan de Leonor de
Plantagenet, con la judía Raquel mediante, quizás se alarga en demasía en la
trama y no siempre es creíble en su totalidad.
En resumen, y a pesar de toda crítica realizada, novela cien por cien
recomendable tanto por su interés como por el buen hacer del autor. Tanto es
así que ya me he hecho con los dos volúmenes anteriores de la trilogía para su
lectura (aunque sea el tercero, se puede sin problema leer “Las cadenas del
destino” de forma independiente).